Las ciudades nunca duermen. Son como farolillos de estrellas. Candilejas vivientes que animan la noche. Las ciudades son también el reino de las sombras, y yo soy una de ellas.

Elijo personajes durante el día y juego a representar por la noche el papel que me he asignado.

Ayer me convertí en músico callejero, con cartel de pobre y cesta para las monedas. Otras sombras pasaban delante de mí, pero la mayoría simplemente me ignoraban. Maldije mi suerte y la hora en que elegí sombra.

Hoy me he soñado sombra bígama. Yazgo sobre una cama ceremonial recubierta de sedas y blandos cojines. A mi lado, Anita Delgado la Maharaní de Kapurtala, mi preferida, y por el otro, su posible sustituta. Conviene mantenerlas intranquilas, que pugnen por mi conquista. Confieso que esta sombra no admite comparación con la del pobre músico callejero.

Al poco, ambas me solicitaron. En mi descargo, diré que  hice cuanto pude por satisfacerlas. No sé por qué ambas se esfumaron dejando un reguero de sombras luminosas tan etéreas como sus cuerpos en la gélida madrugada.

Por eso he pensado que mañana debo soñarme sombra siquiátrica, a ver si consigo  recomponer mi mermada autoestima de sombra varonil.