Porque cualquier mirada necesita todo lo que se duerme detrás de una pupila.

Luis García Montero

           Pero, sabes, si pudiéramos crear ese espacio común por el que ambos discurriéramos, siendo uno la sombra de la otra, siendo la otra la sombra de uno, ¿qué nos quedaría entonces como territorio personal, en qué se habría diluido nuestra identidad?

            Te pregunto porque me pregunto y no conozco la respuesta. Siempre te he amado así, sabiendo de tu oscuridad, de ese lugar que solo tú ocupas, aún desconociendo que se trata de tu propio territorio.

            Navegamos por estos lugares inciertos, recorremos largas travesías a lomos de nuestra piel, por gloriosos momentos nos amamos encarnizada y fervorosamente, en esa mágica ceremonia que nos conduce a confundirnos el uno en el otro. Y en un átomo de tiempo, nuestras miradas se cruzan sabiendo del misterio que puebla cada uno de nuestros corazones.

            De esta incruenta batalla me consideraré victoriosa, porque he aprendido a amar tus reservas que me resuenan profundas como pozos, o como húmedas galerías bajo tierra, que vienen a confluir con ese sosegado canal oscuro por donde transitan tus pensamientos. Confieso que sigo sin saber por qué no te percibo lóbrego como tu geografía, sino tan solo como un río ausente.

            Ya sé que somos esclavos de los que decimos y dueños de lo que callamos, por eso me he acostumbrado al sonido de los grillos en la noche, o al canto de las sirenas en las profundidades del mar y  a no buscar tu voz en la sinfonía de las palabras.

            Tal vez sea por eso, porque la casa del corazón no siempre es una casa común, y porque tal vez siempre hemos sabido que para nuestros ojos nunca va a brillar la misma Luna, aunque sea la misma Luna la que nos observe.

            Nunca sabremos ni de ti ni de mí, ni cuánto ni qué es lo que duerme bajo nuestros párpados. Por eso ámame sin atajos, a bocajarro, a manos llenas, piel con piel, más allá de toda duda, más acá de cualquier sumisión, pues sospecho que el tiempo ya no nos esperará al doblar cualquier esquina.

            Reconozcamos que la casa del corazón, fabricada con bloques de tiempo y cemento cómplice, es la casa común y que nos aguarda perfumada con todos los aromas de esta historia destilada gota a gota, palabra a palabra, silencio a silencio.

            Hoy te convido a esa casa, a la danza de los cuerpos ayuntados, al vuelo de las mariposas que revolotean en las entrañas. Será la fiesta de los perfumes, de las manos que se retuercen, de las piernas enmarañadas, del aire entrecortado, del encuentro al fin de las miradas.

            Porque ahora sí, ahora toca fluir como los grandes cauces y llegar al mar, cambiar el verde de la pradera por el infinito azul, y sumergirse libremente con destino al cielo como último confín. Por todo eso y porque tendremos el valor para aceptar que la mirada nunca encontrará todo lo que necesita en lo que duerme detrás de otra pupila.