Si no he dicho nada porque no me gusta ser portadora de malas noticias, y si lo comento, es porque he interpretado los malos augurios como los buenos sacerdotes del templo de Babilonia.

Cuando nos reunimos, criticamos al gobierno y a la mala literatura. Expresamos criterios de autoridad ante los excesos que mancillan la cultura. Cada poco, acudimos al tanatorio virtual, que es donde se muere en la era de las grandes tecnologías. Seguimos confiando en el imperecedero papel y en la imprenta que inventó Gutenberg.

Me llegan vagos olores a podrido. Como no sé si proceden de mi cuerpo, decido rociarme, como Marilyn, con Chanel número cinco, y es que esto ya comienza a olerme a chamusquina.

Sospecho que ya estamos todos muertos, y si no, al tiempo.